26 de julio de 2007

¡Que noche la de anoche!

Tumbada aquí, sobre mi cama, con el pensamiento fijo en ti.

Con un enorme deseo de agarrarte y apretarte fuertemente entre mis manos, todavía excitada con el recuerdo de la noche anterior.

En la noche cálida y sofocante, tengo incontenibles ganas de agarrarte y de decirte todo lo que siento.

Tu recuerdo me tiene angustiada.

Apareciste... y desapareciste.

Todo sucedió en esa noche y en esta cama.

Con fricción, te acercaste a mí.

Sin mostrar pudor alguno, te pegaste a mi desnudo cuerpo.

Percibiendo mi indiferencia, te acercaste más y más...

Mordías todo mi cuerpo...

Sin recatos...

Sin escrúpulos...

Me volviste loca.

No sabía qué hacer.

Por fin... me dormí.

Hoy, cuando desperté, te busqué desesperadamente.

En vano.

No te encontré.

Ya no estabas.

¡Te habías ido!

En toda la sábana, había muestras de lo sucedido la noche anterior.

En mi cuerpo dejaste huellas inolvidables.

Marcas profundas que tardarán mucho tiempo en sanar y que estarán mucho tiempo presentes en mí.

Esta noche me acostaré temprano y te esperaré.

Cuando llegues... no quiero imaginar lo que va a suceder...

Me abalanzaré sobre de ti con la fiereza de un león y rapidez de una cobra.

Y ya no te irás.

Ya no podrás escapar de mí.

Te apretujaré hasta sentir la sangre de tu cuerpo.

Sólo así podré descansar:

¡Zancudo desgraciado!

(Autor desconocido)

No hay comentarios.: