30 de abril de 2007

Mi accidente en bicicleta

Hoy, con motivo del séptimo aniversario, les tengo la historia completa de mi accidente...

Era el domingo 30 de Abril del año 2000, en un mes cumpliría 45 años y el ciclismo se había convertido en mi único hobby y descanso mental durante los últimos 15 años. Pocos meses atrás había tenido que abandonar la finca de Envigado, donde había vivido los últimos 18 años y, junto con mi esposa y mis dos hijos, estábamos viviendo en una casa arrendada en la Urbanización Poblado Alto, un kilómetro arriba del Hotel Intercontinental Medellín, muy cerca de la carretera de Las Palmas.

Habíamos formado un selecto grupo de amigos ciclistas con los cuales montaba de madrugada varias veces en la semana, antes de salir para el trabajo, y a media mañana los sábados y domingos.

Ese domingo, como de costumbre, quería salir a montar en bicicleta pero, tal vez por estar en medio del "puente" festivo del primero de Mayo, no pude encontrar a ninguno de mis amigos. Con excepción de algunas caídas nunca habíamos tenido ningún accidente, y el único problema había sido con los ladrones que, varias veces y en distintas rutas, nos habían atracado para robarnos las bicicletas, por lo tanto, teníamos como norma no salir a montar solos sino en grupo de tres o más ciclistas. Sin embargo, no me aguanté las ganas y decidí arriesgarme a salir sólo para despejar mi mente y hacer un poco de ejercicio...

Me puse el uniforme, los zapatos Shimano con sus "taches" que se aseguran automáticamente a los pedales, el casco Specialized de color azul, las gafas y los guantes, llené la cantimplora con agua helada, y a las 9:15 AM salí de la casa montado en mi "engallada" bicicleta GIANT todoterreno. Y digo "engallada" porque, además de espejo retrovisor y pito electrónico (la burla de mis amigos), tenía un reloj cyclocomputer marca Cateye con recepción inalámbrica de los latidos del corazón, el inflador, un completo juego de herramientas, neumático de repuesto y una chaqueta impermeable, todo guardado en su respectiva bolsa de accesorios localizada debajo del sillín.

Subí la empinada calle que desemboca al restaurante “Chuzcalito” y tomé la carretera de Las Palmas. Mi plan era subir cinco kilómetros más, hasta la intersección con la Vía El Tesoro, y allí devolverme por la misma carretera hasta la casa.

El día estaba soleado y, además de algunos carros que subían o bajaban de Rionegro, había otros ciclistas que aprovechaban la mañana del Domingo para hacer un poco de ejercicio. Sin embargo, la única persona conocida que me encontré esa mañana fue el "ñato" Javier Suarez, viejo ídolo del ciclismo antioqueño, que también hacía su recorrido dominical. Me atreví a saludarlo a pesar de mi baja categoría ciclística y amablemente me retornó el saludo.

Como de costumbre, yo subía por la berma del lado derecho de la vía, el reloj de mi bicicleta marcaba 35 minutos de viaje y la velocidad promedio era de unos 8 Km/hora. Sólo me faltaba el último kilómetro para llegar a la intersección con la Vía del Tesoro y lo último que recuerdo es que acababa de pasar el monumento blanco de “Bienvenidos a Medellín”, una especie de mirador donde se reunían los muchachos a beber y a tirar vicio por las noches, localizado a mano derecha en la mitad de un tramo casi recto de unos 200 metros con excepción de una ligera curva hacia la derecha a todo el frente del monumento.

Días después supe que, en ese mismo momento y por el mismo sitio, venía subiendo rápidamente el vehículo Mazda 323 particular, color blanco, modelo 87, identificado con las placas QAA683 y conducido por el señor William Loaiza Saavedra, quién, además de amanecido y borracho, venía huyendo de la policía por haber chocado un taxi minutos antes y, aparentemente, por cortar la curva, se salió también a la berma y atropelló súbitamente mi bicicleta por detrás...

Debido a que mis zapatos de ciclismo estaban enganchados a los pedales, el impacto recibido por la bicicleta me catapultó varios metros hacia arriba, con tan buena suerte que el carro pasó por debajo y no me atropelló directamente. Sin embargo, me cuentan que caí pesadamente sobre mi hombro derecho y quedé inconsciente, a unos 50 metros arriba del monumento junto a la cerca de alambre de púas que comienza después de una pequeña zona de parqueaderos.

A todo el frente del mirador, en una casita blanca situada en la montaña unos 20 metros sobre la carretera, vivía un aserrador (José Ignacio Agudelo) apodado “el negro”, que tan pronto vio el accidente, tomó su motocicleta y salió a perseguir al Mazda blanco que, en lugar de detenerse, había seguido derecho con la bicicleta engarzada debajo del carro.

Mientras tanto, yo quedé inconciente, tendido boca abajo en el borde de la carretera. El primero en acercarse fue un ciclista (Alejandro Botero) que subía en su bicicleta unos 50 metros detrás de mí y le tocó ver cómo el vehículo me arrolló por detrás.

Se acercó, me desabrochó el casco, que estaba completamente destruido, me echó un poco de agua de su cantimplora y me verificó el pulso en el cuello. Les hizo señas a varios vehículos que también se detuvieron y sus ocupantes se acercaron a socorrerme (Sandra Milena Aguirre, Claudia Montoya, Juan Fernando Noreña, Erlinda Higuita y Rubén Darío Meneses) y mientras unos me prestaron los primeros auxilios otros pidieron ayuda a las autoridades por celular.

El portero del New School, colegio situado unos 500 metros más arriba del sitio del accidente, vio pasar al Mazda blanco arrastrando la bicicleta debajo y finalmente detenerse unos 200 metros más adelante de la portería del colegio, a sólo 100 metros del intercambio vial con la vía El Tesoro, donde don William se bajó y trató infructuosamente de sacar los restos de la bicicleta de debajo de su carro.

Parece ser que a los pocos minutos, recobré un momento el conocimiento y comencé a gemir “ayúdenme, no me quiero morir”, pero cuando me voltearon boca arriba y me movieron el brazo derecho, dicen que me quejé tanto del dolor en el hombro que comencé a decir “me duele todo, me quiero morir”. Me echaron más agua, me limpiaron la sangre de la cara y logré darles mi nombre y el teléfono de la finca de Envigado. Afortunadamente los mayordomos sabían mi nuevo número, hablaron con mi hija de 9 años y finalmente pudieron localizar a mi esposa en el gimnasio del Country Club.

El ciclista reanudó su recorrido y unos minutos más adelante se encontró el Mazda blanco con la bicicleta engarzada debajo y el conductor parado a un lado de la carretera. En ese sitio fue alcanzado también por el aserrador y a los pocos minutos fue detenido por las autoridades de tránsito.

Mientras tanto, acudieron dos ambulancias al sitio del accidente, una de la Defensa Civil y posteriormente otra del peaje de la carretera Las Palmas. Los paramédicos me inmovilizaron el hombro derecho y el cuello, y fui trasladado hasta Urgencias del Hospital General de Medellín donde, no sé cuánto tiempo después, recuperé totalmente la conciencia y me encontré acompañado por mi esposa y por varios médicos y enfermeras que me estaban atendiendo.

Además de múltiples laceraciones en todo el cuerpo, tuve fractura múltiple en la cabeza del húmero derecho (articulación del hombro), un esguince en el tobillo izquierdo, un fuerte golpe en la cadera derecha, dos costillas quebradas y tres dientes ligeramente despicados. Gracias al casco de ciclismo, los golpes en la cabeza y en la cara se redujeron a moretones y a una pequeña cortada en la mejilla derecha que sólo requirió tres puntos de cirugía plástica.

Los guantes de ciclismo también protegieron mis manos en el momento de la caída y sólo fueron necesarios algunos puntos en los nudillos de los dedos de mi mano izquierda. El casco nunca lo pude recuperar para guardarlo como recuerdo, pues gracias a él les estoy pudiendo contar esta historia siete años después (aunque de todas maneras quedé un poco loco, como se habrán podido dar cuenta).

Para poder liberar los restos de la bicicleta de debajo del Mazda, el guarda del tránsito tuvo que levantarlo con el “gato” del mismo vehículo. La bicicleta fue colocada en el baúl y junto con don William, viajando ya como pasajero y esposado al cinturon de seguridad, fueron conducidos por el guarda hasta los patios de la Secretaría de Transportes y Tránsito de Medellín.

Mi bicicleta, avaluada en $2'500,000, fue declarada "pérdida total" y de acuerdo con el inventario elaborado por el Tránsito, estaba completamente dañada y sin ninguno de sus accesorios.

La lesión más grave, sin lugar a dudas fue la fractura múltiple de la cabeza del húmero y fue necesario reemplazármela por una prótesis de titanio en una delicada cirugía realizada el viernes 5 de Mayo por el Dr. Jorge Alberto Díaz.

En total permanecí hospitalizado una semana, hasta el domingo siguiente, y una de las primeras recomendaciones que me dijo el doctor al darme de alta, fue que no debía volver a montar en bicicleta, sin embargo, al contarle que, debido a los problemas matrimoniales por los que estaba pasando, "no tenía nada más en que montar", se compadeció de mí y me autorizó volver a montar en bicicleta en unos tres meses, con mucho cuidado y tomando las precauciones del caso.

Don William, gracias a su abogado (Jarley Maya Sánchez) sólo fue detenido la primera noche. Tan pronto pude salir del hospital comencé a averiguar cómo había ocurrido el accidente ya que yo no recordaba absolutamente nada. Contacté a todos los testigos y averigüé todo lo que hoy les estoy contando, además de algunos otros datos irrelevantes para la historia.

William Loaiza Saavedra tenía 30 años de edad, vivía en un apartamento arrendado en el centro de Medellín, media cuadra arriba de la Plaza de Flores, y guardaba su automóvil Mazda blanco en el garaje del sótano del mismo edificio. Era casado, tenía un niño y trabajaba en una pequeña panadería familiar “La Exquisita”, localizada a pocas cuadras de su casa, frente al Club Medellín, donde vendía avena, pandebono y buñuelos.

De acuerdo con el dictámen del tránsito, don William resultó positivo en 4º grado en el examen de embriaguez y en la audiencia pública del 17 de Mayo, donde tuve "el gusto" de conocerlo, por recomendación de su abogado se declaró culpable del accidente: confesó que, conduciendo su vehículo QAA683 en estado de embriaguez, me atropelló por detrás a unos 80 Km/hora (yo dudo que fuera tan rápido). Reconoció que el accidente fue ocasionado por su imprudencia y que deseaba conciliar o resarcir los daños ocasionados.

Sin embargo, lo que recibí finalmente de su parte no me alcanzó siquiera para reponer la bicicleta. Su única propiedad era el Mazda y con él debía cancelarle la cuenta al abogado, pero al parecer, los documentos de propiedad habían sido falsificados por un propietario anterior.

Unos meses después fui a conocerle la panadería y a probar sus exquisitos pandebonos y buñuelos con avena. Me atendió cordialmente pero tuve que pagarle la cuenta... (increíble, pero en esa época yo tenía mejores relaciones con don William que con mi esposa).

Para terminar, quiero darles nuevamente un agradecimiento muy especial a Alejandro Botero, José Ignacio Agudelo, Sandra Milena Aguirre, Claudia Montoya, Juan Fernando Noreña, Erlinda Higuita y Rubén Darío Meneses, ninguno de los cuales he vuelto a ver desde entonces.

(C)JAR 2007

3 comentarios:

Vicky dijo...

Wow Jorge
Terrible, lo que se ve hoy en dia...
los accidentes de transito son terribles, y por mas que lo curen a uno siempre ha de quedar alguna secuela...
Pues aun que y de eso hace 7 años quiero decirte que lo lamento.
Bueno mira a donde me trajo tu comentario de amigos..... y pues como te daras cuenta yo tambien tengo mi web.... espero volver a leer algunas de tus historias.

Un abrazo.

Anónimo dijo...

Me alegra que este en condiciones para contar la historia...es mas agradezco a Dios que se encuentre vivo despues de esto...Mi hermano se accidento tambien en una Bicicleta y aunque no fue una victima de un conductor borracho pues fue una caida que le quito la vida el 20 de abril de este año...y asi como usted l hizo quisiera reconstruir los hechos reales de lo que paso pues solo se que el golpe fue tan fuerte que le proporciono la muerte y ya...igual vivo muy lejos de rionegro alli fue el sitio del accidente y me es casi imposible hablar con las personas que vieron a mi hermano caer...

Daniel dijo...

Me parece muy noble de su parte referirse al conductor del carro en esos términos ("Don William") porque según el relato, el sujeto en ningún momento se preocupó por su estado de salud y se intentó fugar del sitio donde ocurrió el accidente...
Espero que después de su separación pueda montar no solamente su bicicleta.
Un abrazo,


Daniel C